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miércoles, 31 de diciembre de 2008

Neoliberales deben explicaciones

Julio Suñol

Con cordialidad y en aras de la amistad mantenida con muchos de ellos, estamos esperando que los neoliberales nos den algunas explicaciones para entender en qué se basaban cuando sustentaban sus tesis – a veces extremistas – sobre el libre mercado y en relación con los enormes peligros que veían ante la mínima participación del Estado para establecer o restablecer la justicia en las relaciones sociales de nuestro país.

Volvemos los ojos a menos de 20 años atrás y recordamos las posiciones de muchos de ellos y las nuestras, relacionadas con los daños y peligros que previmos cuando decíamos que era inconveniente cortar nuestras raíces agrarias, como lo pretendieron y lo lograron. Usaron el falso argumento de que era bueno dejar de sembrar los productos agrícolas que podíamos importar a buen precio, en tanto nos dedicábamos solo a producir y a exportar aquellos otros que eran rentables.

No les importaban nuestros argumentos sobre la obligada y necesaria soberanía alimentaria. Esta soberanía es esencial hoy más que nunca, cuando vemos la escasez y el encarecimiento de infinidad de productos de la tierra con los cuales este pueblo nuestro y la mayoría de los latinoamericanos se alimentaron históricamente.

Algunos de estos neoliberales fueron culpables de que se clausuraran los ferrocarriles de Costa Rica. Abandonamos el del Pacífico, que se movía con energía eléctrica generada con planta propia. La existencia de este medio de transporte -decíamos entonces- nos mantiene abiertas las rutas marítimas porque, ante la eventualidad de una hecatombe o una guerra y la falta de combustibles importados, mantenemos libre la ruta hacia Puntarenas para atender nuestras exportaciones e importaciones y no quedar aislados. Nuestro argumento se ampliaba diciendo que así evitaríamos que la carretera al Pacífico se dañara por las enormes cargas pesadas que transitarían por esa vía: cemento, hierro, tuberías y otros ítems.

Sucedieron las dos cosas y el Ferrocarril empezó a costar casi tanto mantenerlo cerrado que abierto, porque buena parte del personal quedó en planillas. Pero, sin producir ingreso alguno para paliar el desastre.

Esta mentalidad neoliberal también cerró el Banco Anglo Costarricense, gastándose una fortuna por esa clausura, al tiempo que muchos de los deudores escabulleron el bulto y no honraron sus deudas. De haberse reconstituido el capital de la institución y pudiéndose cobrar a los deudores, el antiguo e importante banco sería hoy un activo esencial para el país. Sus pérdidas no hubiesen alcanzado los niveles después conocidos. Su normal funcionamiento, una vez ejecutada la limpieza interna, habría vuelto a generar ganancias y se hubiera restablecido el equilibrio.

Pero no. Y citamos solo estos casos. Todo viene a cuento porque igualmente estos amigos neoliberales que se mesaban las barbas y perdían la compostura cuando se hablaba o escribía sobre la necesidad de más intervención del Estado en ciertos rubros, y menos en otros, hoy guardan un silencio sepulcral cuando han tenido que aceptar, igual que el presidente Bush y sus amigos, que hay momentos críticos en una sociedad, cuando en aras del bien común (y en esta coyuntura, el bien universal) se impone que el Estado intervenga, no para proteger a los especuladores y angurrientos de siempre, sino a los ciudadanos de a pie, a las familias de clases media y submedia que constituyen el corazón palpitante de cualquier sociedad.

Entendemos que hoy nuestros amigos no encuentren hueco en qué meterse. Algunos de estos extremistas estarán con ganas (pero se las aguantan) de llamar “comunistas” a Bush, a MacCain y a Obama, al igual que a la presidenta congresista señora Pelosi y al senador Dodd. La lección es grande y apropiada para los políticos costarricenses, cuando dejan de hacer o dejaron de hacer lo correcto por temor a que los “calificaran” o etiquetaran.

Ahora sabrán que ser líderes de verdad comporta asumir actitudes enérgicas y definitorias – y no menos racionales- a fin de orientar con honradez y entereza al pueblo y al Estado, sin importar los sambenitos de ocasión o las presiones de los grupos de interés que siempre estarán al acecho buscando privilegios personales o corporativos a costa del bien común.

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