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viernes, 1 de enero de 2010

Un año nuevo, sin miedo a la palabra



El idioma  al mismo tiempo que un sistema de comunicación verbal, escrita y gestual es materia socio-política. Ayudan las palabras a configurar la realidad y darle contenido real a los conceptos.

En Costa Rica hay palabras cuya utilización horroriza respecto de la realidad política. Su uso es muy circunscrito. En las pocas ocasiones que  se emplean, la persona que la dice o  escribe, generalmente es estigmatizada. Por eso se teme  siquiera mencionarlas. Llamar las cosas por su nombre  comienza a ser  percibido como peligroso. Con ello se termina desfigurando  no sólo el  contenido mismo de la palabra sino que se reconfigura la realidad misma.

Algunas de esas palabras particularmente son esquivadas como adjetivos calificativos. Esto es,  palabras que modifican al sustantivo al que acompañan,  le atribuyen una cualidad o conjunto de cualidades. Entre ellas por ejemplo: fraude electoral, gobierno déspota o  régimen autoritario. Es casi prohibida su mención por   el cuerpo que ejerce el poder en la colectividad costarricense.

A pesar de que fraude electoral es mucho más que cumplir  con  la formalidad de que cierre el número de votos con el número de  gente que votó en cada mesa, respaldarlo con el Padrón Registro y la firma de los miembros fiscales,  poco se dice de las situaciones   de ese limitado concepto  y que se dieron en  las anteriores elecciones generales.  Para el orden establecido de eso no se habla. Se pasa página, se desestima. Hay que olvidar  por ejemplo: la  pérdida o ausencia del Padrón Registro en algunas mesas, la escasa verificación de firmas, la localización de urnas en potreros, la ausencia de unidad de criterio para resolver las inconsistencias, los cambios de criterios y de procedimientos en el transcurso del proceso de escrutinio,  la minimización sistemática de las inconsistencias señaladas por los fiscales de los partidos políticos, las limitaciones al ejercicio de la función de los fiscales, todas ellas reportadas por partidos y por organizaciones civiles.

Pero más aún, fraude electoral  no es sólo eso. Fraude electoral es aquella conducta o conjunto de conductas por las cuales, a través del engaño, la manipulación, la falsificación, la distorsión, el despojo, la elusión, la obstrucción o la violencia, ejercido en cualquier fase del proceso electoral, se busca impedir la celebración de elecciones periódicas, libres y equitativas, o bien afectar el carácter universal, igual, libre y secreto del voto ciudadano. El fraude electoral puede ser masivo cuando no es localizado, sino impuesto en forma amplia y sistemática, con la pretensión de alterar en forma sustantiva el resultado global.

Donaciones particulares sin límite de suma- quien paga la música manda en el baile-,  inversión en  bonos empresariales, impedimento de fiscales de los partidos cantonales    y omisión del escrutinio  en la nueva normativa  que aplicarán  parecen no dar buenas señales de que la  equidad y competitividad electoral serán respetadas. Amén  de las omnipresentes encuestas a gusto del cliente y el coro  de críticos afines al régimen que no ven más allá de su nariz. Sin dejar de lado  la hoja de ruta que marcó con meridiana precisión el Memorando Casas-Sánchez. Derrotero  seguido ante cualquier asunto de interés público para eludir el debate y beneficiar la posición “oficial”.

Gobierno déspota es un gobierno de una autoridad singular, una persona o un grupo de personas estrechamente relacionadas, que gobiernan con poder absoluto. Aún el despotismo denominado “ilustrado” se refiere específicamente a una forma de gobernar de los monarcas “educados”  que usaban su autoridad para instituir reformas y leyes concentradoras de poder absoluto en la estructura política y social de  sus patrias. Los decretos declarando de interés público la minería a cielo abierto, la consigna de que "enriquecerse es glorioso", como dijo el Presidente sin aclarar  y sin importarle en lo más mínimo que mientras unos pocos se enriquecen la pobreza se reparte con prodigalidad vertiginosa entre las mayoría de los habitantes.  Privilegiar el aspecto del mando y menospreciar el consenso son la tónica.

Régimen autoritario es aquel  donde predomina el Poder Ejecutivo sobre un Poder Legislativo débil o inexistente y  un Poder Judicial cooptado, cuando esa  autoridad  superior  obliga a ser  reconocida  y se ejerce  mediante la fuerza y la coacción acompañada con el  trato arrogante con los que se consideran  inferiores  o a los que se perciben  privados o al servicio  del poder. El obsceno proceso y el nombramiento resultante  en  la Defensoría  de los Habitantes  de cuyos peligros y carencias este medio advirtió a través de variadas voces, con meses de anticipación, es la cereza del pastel  navideño. El “sorteo” de magistrados y el caso Sosto es otro más. Torcer brazos se ha extendido a vaciar cabezas y enajenar voluntades, desparramar miedos y designar elegidos, silenciar opositores e instaurar reverencias, obsecuencia y pusilanimería como única forma válida de relacionarse con la autoridad. La aquiescencia es la única conducta esperada, promovida y admitida por quienes detentan el poder. El régimen democrático  guardado en el desván, en una gaveta, sacado a  relucir únicamente en  el  discurso.

Hemos sido víctimas de múltiples ejemplos  de acciones   que cotidianamente y de manera atroz  son atribuibles como cualidades o virtudes y que son desviaciones y patologías  de nuestro sistema electoral y político. Sin embargo,  los ticos-ticones   prefieren seguir  hablando  y escribir sobre elecciones limpias y de que votar es pura vida;  de gobierno republicano y de régimen democrático. Acaso tímidamente se señalan defectos. En lugar de corregirlos,  el orden establecido prefiere barrer debajo de la alfombra, descartarlos  como el escrutinio.

A todo  ello contribuye inmensamente también el debilitamiento de las identidades partidarias, el creciente pragmatismo de las actividades electorales. Con ello,  se  han  abierto las puertas del  corto plazo, cada vez más concentrados en jefes o dirigentes carismáticos y, con ellos, a expresiones autoritarias de nuevo cuño, que se apoyan únicamente en el manejo de la imagen y los medios de comunicación masiva.

Continuar disimulando la realidad, arroparla  con  cualidades cada vez más inexistentes,  es el peor de los favores o servicios que se le puede prestar a la patria, que nos podemos procurar unos a otros. Si no vamos a aceptar este destino de siervos menguados comencemos a decir las cosas claras, sin rodeos o eufemismos es el mejor deseo que se me ocurre para todos y todas en  el año que comienza. Todavía tenemos tiempo para cambiar esto, si queremos.

(*) Ciudadana

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